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El hombre sin rostro: la metáfora de la religión



Lema Mosca acaba de lanzar una nueva novela: El hombre sin rostro. Sin perder la independencia que la hace fácilmente legible para quien no leyó nunca al escritor uruguayo, El Hombre sin rostro es la segunda parte de una saga que comenzó en 2014 con El silencio de las sombras.

En esta oportunidad se trata de la segunda generación de la familia Franzinni. Las cuatro hijas de uno de los personajes que aparecía en la novela anterior son ahora las protagonistas. Dichas niñas son internadas en un colegio católico comandado por la severa Madre Holocausta, la encargada de que la disciplinada educación católica les sea impuesta como un mandato.

Otra vez Lema Mosca asume la responsabilidad de jugar el juego de la insinuación. A simple vista El hombre sin rostro pareciera ser la historia de misterios que las niñas van descubriendo en ese lugar repleto de secretos. Sin embargo, es mucho más que eso. Al igual que en su novela anterior, el epígrafe inicial arroja luces sobre la verdadera temática: una cita de Vigilar y castigar, de Michel Foucault.

En efecto, allí radica el asunto real sobre el que gira la historia, es decir, la manera en que la religión católica se sirvió de la educación para imponer su dogma. Por eso las niñas deben enfrentarse, no a las pruebas y los misterios que les ofrece el colegio, sino a las imposiciones que intentan cegarlas pero que, por el contrario, solo incrementan sus dudas.

De ese modo, la novela se convierte en algo más que una simple historia. Los cuestionamientos que las protagonistas hacen de los discursos bíblicos, de los rituales y de la ética católica se convierten en verdaderos placeres de lectura.

En medio de esa situación de opresión y abuso de poder (guiño directo a Foucault), las pequeñas son acosadas por la presencia de una figura que carece de rostro y que nunca interviene directamente sobre ellas. Ese detalle es el que la convierte, precisamente, en una metáfora de la religión moderna: su actuar desde la lejanía, sin interferir abiertamente. Así como la misteriosa figura jamás cobra corporeidad real (siempre es algo que aparece entre las sombras y se manifiesta mediante un silbido), el catolicismo pretende imponer en ellas su miedo y su castración.

Una lectura feminista (ahora que está de moda hacerlo), revelaría los aciertos de utilizar a mujeres como protagonistas: por un lado las niñas, símbolo infantil de la femineidad; por el otro, las monjas, todas ellas con complicados pasados ocultos, entre las que destaca sor Amparo, una española que alcanza gran protagonismo. El resultado es una discusión argumentada sobre la situación de la mujer en la sociedad, impulsada en gran parte por el discurso patriarcal de la religión.

El hombre sin rostro demuestra la madurez de Lema Mosca, tanto en lo estilístico como en lo temático. Sin perder sus técnicas características (que mezclan varias voces narrativas, hacen hablar a los personajes como si se tratara de una pieza de teatro, para luego asustar al más valiente de los lectores), profundiza ahora en un tema siempre irrisorio que nos concierne a todos. Vamos, la humanidad misma.





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