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Entre la obsesión y el descuido



Distancia de rescate, hasta ahora el más reciente libro de Samanta Schweblin, es una novela corta pero extremadamente perturbadora. Publicada por la Random House en 2015, es la historia de una madre obsesionada con el cuidado de su hija que, de vacaciones en un pueblo costero del interior, se enfrentan a un fenómeno espeluznante. La tierra está contaminada y los niños del pueblo padecen trastornos inexplicables.

Resumido de esa forma, Distancia de rescate parece un cuento de Stephen King. Pues no. Schweblin le suma a esa historia inquietante un estilo narrativo aún más perturbador, donde varias voces conviven para confundir al principio y amedrentar al final. Ese es un gran talento.

Si bien en las primeras páginas cuesta meterse en esa historia confeccionada como cajas chinas, una vez que se entendió lo narrado, la historia fluye con una vertiginosidad única.

Estructurada como un diálogo a dos voces, la de una adulta (Amanda, la protagonista) y la de un niño (David), cuyos roles son acertadamente invertidos: David es el que sabe mientras Amanda desconoce la verdad de los hechos. Ambos permanecen en un lugar que jamás llega a explicarse aunque logra deducirse, desde donde recomponen la cadena de acontecimientos pasados.

De esa manera, Schweblin revisita un tópico frecuente en la literatura de miedo: la monstruosidad del ambiente y su relación con la monstruosidad de los personajes. La originalidad radica en la cotidianidad de lo narrado. No se trata de bosques malditos, castillos embrujados u hoteles abandonados. Se trata de un paisaje fácilmente reconocible para cualquier latinoamericano del cono sur.

En Distancia de rescate se mezclan los rituales paganos con los tratamientos pseudocientíficos, el clamor de la ciudad con la misteriosa vida de pueblo, las creencias de unos frente a la desconfianza de otros. En ese sentido, lo monstruoso es lo que parece lo más natural.

Schweblin confesó alguna vez que “la nouvelle comenzó siendo un relato sobre qué pasa si tu hijo de tres o cuatro años te dice ‘No soy yo’”. A eso sumó su preocupación por los trastornos ecológicos que sufre el campo actualmente, debido en gran parte, a los productos químicos con los que se incentiva el desarrollo de las plantaciones.

Las consecuencias de esa mezcla tan extraña es esta novela madura y potente.

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