El legado de Quiroga, cien años después
En 2017 se cumplen cien años de la publicación de Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga. El libro catapultó a su autor a la fama, agotando las primeras ediciones en poco tiempo, y desde entonces ha perturbado a lectores en todo el mundo.
Se trataba de una recopilación de cuentos que Quiroga había publicado previamente en medios de prensa argentinos. En la primera edición eran dieciocho relatos. Para la segunda, el propio autor suprimió tres con el objetivo de darle más coherencia a la totalidad.
En efecto, se trata de historias que giran en torno a los tres temas planteados en el título pero conformando una sola partitura. Quiroga pidió expresamente a sus editores que no se colocara coma entre el amor y la locura, porque se trataba de una unidad.
Cualquiera que haya leído sus relatos puede sentir la presencia de Edgar Allan Poe y de Guy de Maupassant, pero con este libro Quiroga llevó el cuento a un nivel superior, desconocido aún en América Latina. Por eso la crítica se empecina en decir que él fue el primer gran cuentista latinoamericano.
Del maestro estadunidense tomó la locura de los personajes mientras que del francés cogió el gusto por lo sobrenatural. De ambos heredó el mito del escritor maldito que lo consagró definitivamente luego del suicidio, en 1937.
El libro tiene algunas de las mejores expresiones de la literatura de terror que se han escrito en el Río de la Plata. Todos recordamos (de haberlo leído en la escuela, en el liceo, en casa) la estremecedora sensación que supone el desenlace de “El almohadón de plumas” o el de “La gallina degollada”. A todos nos impactó la desenfrenada actitud con la que Kasim asesina a su esposa en “El solitario”. Todos sentimos el influjo de Poe y esos personajes encantados por el barco fantasma en “Los buques suicidantes”. A todos nos sorprendió la técnica con la que Quiroga escribe ese cuento tan corto y bien logrado que es “A la deriva”.
En Cuentos de amor de locura y de muerte aparece el Quiroga dual: el de la ciudad y el de la selva misionera. Allí están los relatos de trágicas historias de amor cuyo escenario es la gran urbe y están también los cuentos de la selva, en los que los animales cobran protagonismo, dialogan, piensan como humanos. Aquellos en los que el hombre se enfrenta a la hostilidad del ambiente y es tragado por esa gran boca verde.
Menos comentados pero no menos interesantes son los cuentos en los que Quiroga explora el fenómeno de la droga, en una tradición que toma de los escritores decadentes a quienes tanto admira. “El infierno artificial” es un tratado sobre los efectos del cloroformo y la dependencia de la cocaína. En “Una estación de amor” se trata la adicción a la morfina en las clases más altas de la sociedad. “La miel silvestre” trata sobre la gula, que hoy llamaríamos, en términos más modernos pero igual de eufemísticos, adicción a la comida.
Tal fue el éxito del libro que Quiroga no pudo desprenderse totalmente de su sombra. Siguió escribiendo mucho y alcanzó gran madurez con sus títulos siguientes (El salvaje, Los desterrados) pero hacia el final de su vida volvió a tratar los mismos temas que lo habían hecho famoso.
Cuando se inyectó cianuro en 1937 para terminar con un cáncer que lo mataría de todas formas, el mito del escritor maldito, internado en la selva más agreste, reflejo sureño del Poe más cruel, ya se había extendido por todo el Río de la Plata.
Es innegable la influencia que ejerció en escritores posteriores. Cortázar y Onetti elogiaron su técnica y su estilo. Algunos críticos han visto ciertas conexiones entre su obra y la de Felisberto Hernández. Innegable es su legado en escritores argentinos como Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Gálvez, Abelardo Castillo o Alberto Laiseca. También podría establecerse una red de conexiones con escritores contemporáneos como Martín Bentancor, Mariana Enríquez, Luciano Lamberti o Lema Mosca.
Queda, por último, su vida trágica que se mezcla continuamente con la ficción de sus cuentos y que ha cosechado tantos enigmas como interrogantes. Innumerables son las adaptaciones de su vida y su obra al cine, la televisión, el teatro, la novela o la música. Es el legado. El legado de los grandes.