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El relato breve en la nueva narrativa uruguaya




Si cabe hacer una distinción entre lo que algunos llaman la nueva narrativa uruguaya y aquella que le precedió, puede que esta tenga que ver con la extensión. Una característica clara que unifica a los escritores jóvenes de Uruguay y del resto de Iberoamérica, parece ser la elección del texto corto -cuento o novela- donde se condensan temas variados, personajes disímiles y dicciones diversas. No hay espacio a la gran novela que, por el contrario, parece ser un género de otra época que poco interesa a los nuevos referentes de las letras. En la Posmodernidad no hay espacio para el espacio y se dice poco pero con precisión, sin ahondar en derroteros inútiles.

En las últimas dos décadas, han aparecido algunos libros de relatos de particular interés que demuestran la vitalidad de un género que viene cobrando, hace tiempo, una importancia casi perdida. Por un lado, las editoriales se proponen publicar libros de cuentos, por el otro los lectores encuentran en esa lectura rápida una forma de acercamiento a lo mejor de la narrativa actual. La tercera punta del triángulo, el escritor, se suma al interés de narrar en pocas líneas las historias que deben ser contadas.

Los autores de los años 90, los más rebeldes y contraculturales, han dejado en esta última década, algunos libros destacables. Pero también otros, los que comenzaron a publicar luego del cambio de siglo, han contribuido a llenar la escena narrativa.

En Ratas (Criatura Editora, 2012), Lalo Barrubia reúne una docena de cuentos que como anuncia la simbología del título, se centran en el desencanto, la miseria y la angustia de cierto realismo sucio a la uruguaya. Hay tres temas que se repiten a lo largo de todo el libro: “la violencia, el abandono y la decadencia”, como advierte la contratapa. De una manera o de otra, las historias giran en torno a esas formas de deshumanización.

Lava (Estuario, 2013), de Daniel Mella, reúne por primera vez un par de cuentos y vuelve a demostrar la gran técnica narrativa de su autor. Más interesado por los personajes y los hechos que por el desenlace, los relatos de Lava se cierran justo cuando el lector está más atrapado en la historia, otorgándole al narrador un poder inusitado, casi egoísta. Allí están las imágenes, las sensaciones, los encuadres que Mella maneja en su obra. También están sus temas de siempre: los enamoramientos juveniles, los vínculos con los padres, las relaciones fraternales.

Ese mismo año, Horacio Cavallo publica El silencio de los pájaros (Alter Ediciones), antología de siete relatos en los que el autor retoma algunos temas de sus anteriores libros aunque con ciertas displicencias. Nuevamente está la familia (seguramente el tema más recurrente en su obra), en todas sus variantes: hijos, padres, hermanos, primos, parejas. Como en casi todo lo que escribe, en estos cuentos hay una veta de crueldad siniestra escondida tras las historias aparentemente simples de los personajes. El lector tiene la sensación de que en cualquier momento, el monstruo va a salir del armario y se lo comerá todo, pero Cavallo se contiene y maneja con maestría las tentaciones del exceso.

Otro escritor con el que la obra de Cavallo tiene ciertas similitudes es Álvaro Lema Mosca, cuyo libro Las heridas me las hice yo (Caligrama, 2016), es una muestra de su versatilidad. Reunidos en torno a las distintas caras del miedo, los cuentos son dispares en estilo, en técnica pero no en temática. Allí están todos los fantasmas del “escribiente”: el pueblo sobre el que gira la mayor parte de sus historias, la violencia, las viejas misteriosas, la locura. Entre el primer y el último relato pasa un universo entero y al terminar el libro uno tiene la sensación de que conoce a los personajes y sus vidas hace largo rato.

Ese 2016 fue el año en el que se publicó No soñarás flores (Laguna Libros), de la multipremiada Fernanda Trías, una síntesis de los mundos ficcionales de la autora. Con esos ocho relatos, Trías teje los elementos de una narrativa propia que se despoja de toda articulación anterior y sin embargo, resume todo aquello que se espera de un escritor latinoamericano contemporáneo: la sensibilidad, lo siniestro, la sensualidad, la miseria y el despropósito.

Por su parte, La lluvia sobre el muladar (Estuario, 2017), enseña a un Martín Bentancor convertido absolutamente en un orfebre de la palabra. Escritos a lo largo de quince años, varios de los cuentos fueron publicados previamente en medios de prensa o antologías, y condensan la mugre propia del muladar con la belleza cristalina de la narración. Hay todo tipo de personajes y todos ellos están marcados por la sombría oscuridad de la miseria que Bentancor sabe retratar con perfección, siguiendo el ejemplo de sus maestros Saer, Piglia o Nabokov.

Toda selección es arbitraria y lo arbitrario siempre desmerece lo que niega. Sin embargo, esta muestra da cuenta de la riqueza que tiene el relato breve en la contemporaneidad uruguaya y refuerza aquel viejo tópico de que en Uruguay lo que verdaderamente cuenta, son las pequeñas grandes historias.



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